martes, 17 de octubre de 2017

Encuentro temático: Bosques Maduros.

El pasado fin de semana, enmarcado en el Programa de Participación y Sensibilización Ambiental en Red Natura 2000, disfrutamos de un encuentro temático conducido por el director conservador del Parque Natural Sierra de GrazalemaJose Manuel Quero. En el Pinsapar de Grazalema descubrimos los bosques maduros, sus características, su funcionamiento y las implicaciones que tienen en la conservación de la biodiversidad.

Los bosques maduros son aquellos que se han desarrollado sin intervención humana y ajenos a graves perturbaciones naturales (como pueden ser incendios). Hoy en día estos bosques resultan muy escasos ya que la mano del hombre ha alterado la mayoría de los ecosistemas forestales.
En la jornada del sábado nos adentramos en el Pinsapar de Grazalema. Un bosque que pese a no ser un bosque primario, presenta zonas cuya estructura comienza a asemejarse a uno de ellos. La no intervención humana y el paso del tiempo son las claves para el desarrollo de este tipo de masas forestales. La complejidad estructural de los bosques maduros garantiza grandes niveles de biodiversidad y mayor resiliencia ecológica.
Estos bosques, rebosantes de materia orgánica en descomposición que alimenta las complejas redes tróficas del ecosistema son, a ojos de mucha gente, etiquetados como "sucios". Es sin embargo, ese aparente desorden, clave para estos ecosistemas. Árboles viejos que caen y procesos de sucesión ecológica se suceden permitiendo el establecimiento de innumerables seres vivos. 
La península Ibérica cuenta con uno de los ecosistemas forestales intervenidos más biodiversos del mundo en forma de sus dehesas. Es hora de proteger también nuestros bosques primarios, descubrir su funcionamiento y la biodiversidad que pueden llegar a albergar.

Aquí os dejamos algunas fotografías de esta interesantísima jornada.

Un saludo a todos y gracias por participar.














Más sobre los bosques maduros:
Los “bosques primarios”, aquellos que se han desarrollado sin perturbaciones antropogénicas, y que cubrieron un 80% de la superficie de Europa al final de la última glaciación, son hoy extremadamente escasos.
El intenso uso del territorio por el ser humano desde aquel momento ha conducido a que en la actualidad en Europa no existan prácticamente bosques libres de la intervención del hombre, salvo algunos enclaves en los montes Urales y los Cárpatos.
El manejo selvícola y los usos del suelo han llevado a que en Europa predominen bosques jóvenes y largamente intervenidos: “bosques secundarios”. Son aquellos que han sido sometidos a intervención humana, ya sea intensa –mediante corta y plantación por ejemplo– , o mediante el aprovechamiento sostenido de sus recursos, incluso mediante intervenciones que buscan la regeneración natural.
La posibilidad de que estos bosques lleguen a alcanzar las características de un bosque primario tras un prolongado período de tiempo sin intervención es aún objeto de estudio y debate (Paillet et al. 2015). Se estima que restan entre 15 y 20 millones de hectáreas de bosques con un bajo nivel de intervención antrópica, localizados fundamentalmente en la taiga rusa (Halkka y Lappalaien, 2001), que ocupan únicamente un 5% de la superficie forestal total de Europa.
En la cuenca mediterránea esta proporción es aún menor, puesto que se estima que únicamente el 2% de la vegetación original permanece relativamente inalterada: la superficie de bosques inalterados alcanza 1,6 millones de hectáreas, concentrada en Turquía y Bulgaria (FAO, 2013). Más aún, en los países con mayor desarrollo la proporción disminuye: en Francia únicamente el 0,2% de la superficie boscosa corresponde a bosques no alterados, situados en zonas de muy difícil acceso (Barthod y Trouvilliez, 2002).
Por estos motivos, en los últimos años los bosques “viejos” o “maduros” (1) vienen siendo objeto de gran interés, y de una intensa actividad investigadora, aunque el grado de conocimiento varía mucho según las distintas regiones biogeográficas (Burrascano et al., 2013).
[1. En la literatura científica se han propuesto una multitud de términos como bosques maduros, vírgenes, naturales, prístinos, etc. La expresión “old–growth forest” es la más utilizada, especialmente en Norteamérica (Wirth et al. 2009), si bien en Gran Bretaña se utiliza también la expresión “ancient forest” o “ancient woodland”. La FAO (2012) reconoce hasta 99 términos diferentes bajo el epígrafe “old–growth”. Se ha traducido al italiano como “foresta vetusta”, al francés como “forêts anciennes” y al alemán como “urwald”. En castellano existe hasta la fecha cierta confusión y se ha utilizado tanto la denominación de “bosques maduros” como la de “bosques viejos”. En este documento se propone clarificar la terminología en castellano, restringiéndola a “bosque maduro” y “rodal viejo” (ver Glosario al final de este artículo).]
La mayor parte de de la investigación se ha desarrollado en ecosistemas templados y boreales, y en la gran mayoría de los casos, sometidos a perturbaciones frecuentes y de poca intensidad, y particularmente libres de daños por fuego. Son muy escasos los estudios de bosques maduros en los que existe un régimen de perturbaciones en el que el fuego tiene un papel relevante, y estos se han realizado en el continente americano en ecosistemas dominados por coníferas (Cortés et al., 2012).
En estos casos se pone de manifiesto que el fuego es un componente clave en la dinámica forestal (Binkley et al., 2007; Fiedler et al., 2007). En la cuenca mediterránea puede afirmarse que en la actualidad no se dispone de conocimiento científico suficiente sobre bosques maduros en ecosistemas mediterráneos, en los que el fuego tiene un papel importante como evento renovador, tanto en bosques de coníferas como de fagáceas y otras frondosas (Mansourian et al., 2013).
Así los estudios en ambientes mediterráneos, centrados en Francia e Italia generalmente se refieren a ecosistemas mésicos como hayedos o abetales. En España, los escasos estudios realizados en este campo se han centrado también en masas atlánticas o pirenaicas (Antor y Gracía, 1994; Bosch et al., 1992; Gil, 1989; Rozas, 2001, 2004, 2005; Rozas y Hernández, 2000). En consecuencia, es manifiesta la necesidad de investigar unas bases comunes que permitan definir la “naturalidad” en las masas forestales (Lorber y Vallauri, 2007) y la “madurez” en diferentes condiciones ambientales, y evaluar la necesidad de una caracterización de los bosques maduros en climas mediterráneos (Chirici y Nocentini, 2010).
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